febrero 21, 2025

Qué puede ofrecer la derecha al país?

Vamos a partir de una verdad de Perogrullo, pero que nos servirá para aproximarnos a un análisis de cuál puede ser la oferta de la derecha en las próximas elecciones generales, sobre la base de que hasta ahora la totalidad de los precandidatos de este sector se han reducido a repetir ciertas fórmulas de gestión de gobierno y han omitido cualquier referencia a una visión de país, es decir, no hay creatividad, no hay nada nuevo, no hay capacidad de propuesta política, y siguen anclados en el pasado y pensando en esa Bolivia que gobernaron los siglos XIX y XX.

No debiera sorprender esta situación puesto que desde 1985 el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), a la cabeza de Víctor Paz Estenssoro, con el apoyo de todas las fuerzas de derecha y el respaldo del Imperio, propuso llevar al país a la modernidad, a esa ola neoliberal que crecía no solo en el continente americano, sino que parecía imponerse en todo el mundo a coro con Francis Fukuyama, señalando que se había llegado al “fin de la Historia”

En palabras de Fukuyama: “el fin de la Historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”.

Fukuyama expone una polémica tesis: la Historia, como lucha de ideologías, ha terminado y ha dado paso a un mundo basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el cese de la Guerra Fría.

Nada de eso ha ocurrido desde entonces, por el contrario, la debacle imperial ha demostrado que el neoliberalismo, parido a partir del Consenso de Washington, no era otra cosa que el paso final de la decadencia del capitalismo y el fin del Imperio. La desesperación de este ha llevado a la proliferación de guerras, donde Irak, Afganistán, Siria, Palestina o Ucrania son la muestra del errado pronóstico de Fukuyama, el profeta del capitalismo eterno.

De igual manera, la democracia liberal, al estilo estadounidense, se ha visto debilitada en sus cimientos con sucesos como la toma del Congreso de los Estados Unidos en 2020, por grupos violentos de seguidores del actual presidente Donal Trump. En otras palabras, quienes atentaron contra su propia institucionalidad democrática hoy se declaran los paladines de la democracia.

A la par, Europa y parte de América han visto con asombro el crecimiento de las posiciones fascistas y de ultraderecha con discursos populistas, racistas, discriminadores, antiderechos y extremadamente violentos que están siendo alentados desde los centros de poder político y económico.

La derecha criolla

Luego de la declaratoria de la independencia del Alto Perú, hace ya 200 años, la oligarquía criolla, la misma que había administrado el régimen colonial junto a los españoles, se hizo cargo (a nombre del pueblo) del gobierno y la administración de la naciente República. Quienes lucharon contra el coloniaje en los campos de batalla, en las sublevaciones indígenas y en la guerra de guerrillas fueron desplazados cuando no ignorados por el nuevo Estado.

La historia republicana fue repitiendo este mismo patrón hasta mediados del siglo XX, cuando la Revolución Nacional de 1952, curiosamente encabezada también por el MNR –el del neoliberalismo de finales del mismo siglo–, pretendió devolver la dignidad a la mayoría de bolivianas y bolivianos del campo, de las minas y de las ciudades mediante la reforma agraria, el voto universal y la nacionalización de las minas, por citar las medidas de mayor impacto tanto política, social y económicamente.

El final de este proceso, tras el golpe de Estado del militar emenerrista René Barrientos el 4 de noviembre de 1964, en que Paz Estenssoro huyó al Perú sin pena ni gloria, nadie lo describió con mayor precisión que Sergio Almaraz Paz: “un funeral de tercera para una revolución de rodillas”.

La seguidilla de golpes y cuartelazos digitados desde las agencias norteamericanas y operados por los lacayos criollos solo sirvieron para potenciar mucho más a esa oligarquía parasitaria que nunca se alejó del poder, ni en dictaduras ni en democracia, y que llegó a su momento culminante con el DS 21.060 y la implementación del modelo neoliberal procediendo al mayor saqueo de nuestra historia.

Candidatos resucitados, herederos o desconocidos

Las casi dos docenas de precandidatos de la derecha son una clara muestra de su inconsistencia ideológica y programática de ellos y de quienes dicen representar. Buena parte vienen del ensayo fracasado de neoliberalismo.

Carlos Mesa, Samuel Doria Medina, Jorge Tuto Quiroga, Manfred Reyes Villa, Carlos Borth y Amparo Ballivián fueron parte de nefastos gobiernos en distintas funciones, de relevancia sin duda, y son, por tanto, responsables del saqueo de Bolivia y nunca fueron juzgados por esos graves delitos. Hoy sienten que, tras casi 20 años del Proceso de Cambio, se encuentran reformateados y que pueden proyectar una imagen distinta en la ciudadanía. Algunos más a la derecha, otros más al centro, pero sin dejar su esencia social de clase. No tiene nada nuevo, no pueden ofrecer nada nuevo, porque el pueblo los conoce y es muy difícil engañarlo.

Unos pasos por detrás, como miembros de una “generación distinta” que si bien no formó parte del aparato estatal neoliberal son en unos casos hijos de quienes gobernaron el país en aquel período o de quienes desde el empresariado y la oligarquía se beneficiaron de los recursos del país sin que nadie les pusiera límites, multiplicando fortunas familiares que hoy les permiten hacer política, hallamos a Luis Fernando Camacho, Rodrigo Paz Pereira, Branko Marincovic, Antonio Saravia y Johnny Fernández.

Finalmente están los que no representan a nadie, en algunos casos ni siquiera tienen una sigla en que apoyarse, pero quieren ser protagonistas, ser actores mediáticos y, seguramente, en la recta final vender su apoyo a algún candidato a cambio de una senaduría o diputación, con lo cual habrán logrado ingresar a la arena política. Eva Copa, Chi Yung Chun, Marco Pumari, Toribia Lero, Vicente Cuéllar, el capitán Edman Lara y el exfiscal cruceño Jaime Soliz, seguramente junto a otros que irán apareciendo en el curso de los próximos meses, son los que forman parte de este grupo de candidatos.

¿Qué proponen?

Hasta ahora nada. Su mayor propuesta, respaldada por algunos de ellos, principalmente los resucitados o muertos vivientes, es la de llevar una candidatura única. Para eso, ante la ausencia de elecciones primarias controladas por el órgano electoral, buscan la forma de legitimarse como candidatos únicos. Las encuestas del empresario Marcelo Claure han quedado ya fuera de foco y nadie les presta mayor importancia, por lo que ahora acuden a una nueva encuesta nacional consultando a cuatro mil personas, seguramente de las ciudades y de los barrios que ellos sientes representar, para definir quién será la figura estelar de la derecha. Aun cuando parecen estar de acuerdo en ir a la consulta resulta poco probable que quienes no sean favorecidos por esa opinión se mantengan en el bloque de unidad y no busquen otras alternativas.

Pero la encuesta o cualquier otra forma de consulta o elección no representa en absoluto ninguna propuesta para la ciudadanía que apunte a la administración de la cosa pública, las reivindicaciones sociales o la situación económica.

Lo poco que han dicho hasta ahora, casi todos referidos a la economía, indica medidas coyunturales en la mayor parte de los casos. Desde solucionar la crisis en 100 días, como lo anuncia Samuel Doria Medina; hasta los “siete pilares para salvar la patria” de Tuto Quiroga, que no son más que un listado de buenos propósitos sin respaldo que hablan desde reactivar la producción (¿de qué?) hasta abandonar el Mercado Común del Sur (Mercosur) y negociar con los Estados Unidos y Europa, como si antes no hubiésemos vivido eso y no conociéramos sus resultados.

La gran parte de los precandidatos se sostiene en el discurso de salir de la crisis económica con las fórmulas ya conocidas y dictadas por los organismos internacionales, que se remiten a devaluar la moneda, congelar salarios, despedir servidores públicos, privatizar empresas estatales y dejar a sus trabajadores en la calle, pedir dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) o expandir el modelo económico cruceño (del que mucho hablan pero que nadie ha explicado adecuadamente cómo podría implementarse en los nueve departamentos). Otros van más allá en sus posturas liberales y proponen la eliminación de los bonos y subsidios, proponiendo un país de libre empresa y libre mercado reduciendo al mínimo el papel del Estado.

Marincovic propone un país “libre de tibios y zurdos”, en el mejor estilo de Milei; y Antonio Saravia sueña con un país sin controles económicos de ningún género, libertad de exportaciones e importaciones, retorno al modelo republicano (que durante 180 años no funcionó). Amparo Ballivián, al igual que casi todos los demás, apunta a liberalizar la economía y reducir la presencia del Estado en las actividades económicas (eso no decía cuando presidia la Aduana Nacional en tiempos del adenismo neoliberal).

Podríamos seguir citando sus “propuestas” y solo conseguiríamos un rosario de lugares comunes, sin una sola idea de Estado, de perspectiva nacional para los próximos 20 años, de inclusión social, de inversión en salud y educación, en desarrollo de las regiones menos favorecidas. En fin, en eso que bolivianas y bolivianos esperamos que hagan nuestros gobernantes.

También coinciden, aunque prefieren callarlo, desde Marcelo Claure –el solapado agente imperial– hasta los más desconocidos candidatos de la derecha y la nueva derecha, en la explotación de los yacimientos de litio a partir de la entrega del recurso a la voracidad de las transnacionales o directamente a Elon Musk. Saben que con eso tienen asegurada la bendición de Washington para asumir el gobierno.

Y todos ellos concuerdan que esta coyuntura, esta elección, es la mejor, sino la última oportunidad para retomar el poder y desplazar a las fuerzas populares a los lugares en que se encontraban antes de 2006. Piensan que la división de la izquierda y del movimiento popular es profunda –y no solo a nivel de cúpulas– y que pueden con un discurso liberal o libertario conquistar a las bases del proceso y ganar una elección presidencial después de dos décadas de sufrir derrota tras derrota en todos los comicios.

Eso es lo que siempre ha sido la derecha y ahora no ha cambiado. Su único interés es saquear Bolivia y enriquecer a la oligarquía parasitaria. Sus cartas electorales no ofrecen nada nuevo y conscientes de sus debilidades gritan la necesidad de una candidatura única, claros de que tal vez así pudieran disputar espacios al movimiento popular. Pero el pueblo ha demostrado su sabiduría, como lo hizo con sus movilizaciones en la Guerra del Agua o la Guerra del Gas y en la resistencia al golpe fascista de 2019, y como además lo ha demostrado cuando acude a depositar su voto consciente, como sucedió en 2020, cuando frente a un tribunal electoral manipulado, una salvaje persecución política, una campaña mediática totalmente identificada con la dictadura, con casi todo en contra supo imponerse y ratificar la continuidad del Proceso de Cambio. (por Diego Portal).

Sea el primero en opinar

Deja un comentario